Papá Noel y los tres millones de euros
Era
la noche del 24 de diciembre y Víctor estaba jugando en la alfombra
de su habitación cuando llamaron a la puerta. Un batiburrillo de
ruido, procedente de voces indeterminadas, iba cobrando volumen a
medida que unos pasos se acercaban hacia su habitación. Víctor
creyó reconocer la voz paterna y susurró: ¿papá?. En ese momento,
emocionado,Víctor se desinteresó de Ruddy el extraterrestre, su
juguete preferido, y se deshizo de él arrojándolo y abandonándolo
a su suerte en mitad de un apocalipsis galáctico. Mientras el
extraterrestre se quedaba tirado en el suelo, panza arriba e
inmovilizado, Víctor se levantó y fue hasta la puerta con la
esperanza de comprobar que por fin papá había vuelto a casa. Era
navidad y por costumbre siempre traía regalos muy chulos de países
lejanos, juguetes del mundo, como los llamaba papá. De pie y con la
oreja pegada a la puerta, aguzó el oído con intención de reconocer
las voces y constatar la voz paterna, pero ya no se oía ningún
sonido, ninguna voz, tan sólo el silencio y su propia decepción.
Resignado,
volvió cabizbajo a su alfombra y se esforzó por recomenzar, aunque
ya con menos ilusión que antes, la batalla galáctica, cuando la
puerta de su habitación chirrió levemente abriéndose despacio y de
par en par. Víctor se sorprendió al no ver a nadie detrás de ella
y dudoso entre seguir dando órdenes para ganar la guerra en el
espacio o salir a mirar al pasillo, se disculpó con Ruddy y caminó
hacia la puerta con desgana, ¿mamá?... ¿papá?... ¿hay alguien
ahí?
Inmovilizado
en la puerta miró hacia la derecha y no vio nada, giró su cabeza a
la izquierda y de repente le pareció ver el movimiento de una sombra
que se deslizaba y se ocultaba al final del pasillo. ¡Ajá! ¿Y si
era Papá Noel?, al fin y al cabo, era su noche. Aprovechará para
depositar los regalos bajo el árbol ahora que mamá y yo no estamos
en el salón. ¿Dónde estará mamá...? No importa... ¡Papá Noel!
¡Siempre había querido verlo en persona y hablar con él! Con este
propósito, Víctor empezó a caminar en forma de saltitos por el
pasillo que conducía al salón. El pequeño abrió la puerta con un
empujoncito de manos y sonrisa juguetona en el rostro. Vio a un
hombre desconocido que parecía Papá Noel sentado en el sillón de
papá.
-Ho-la,
¿tú eres papá no-el?
-Sí,
jo-jo-jo, aquí estoy para servirte jovencito. Tú eres el pequeño
Víctor, un niño que espera mis regalos en esta mágica noche,
¿verdad?
-
¡Síííííí! ¡estás aquí! ¡en mi casa! ¡conmigo! Pero... ¿Y
mis regalos?
-
Es un voluminoso paquete, un regalo magnífico. Pero, oh, era tan
grande que no cabía por la chimenea, siquiera por la ventana, y me
he visto obligado a depositarlo en el portal. ¿Quieres acompañarme
a buscarlo?
-
¡Síííííí! Pero... Tengo que avisar a mi mamá porque si no se
va a enfadar un montón y luego, luego me castigará. Porque siempre
me castiga.
-
Oh, no te preocupes mi pequeño Víctor, bajaremos y subiremos con tu
regalo tan rápido que tu mamá no se enterará y estarás libre de
castigo.
-
¡Sí! Pero...
-
Vamos pequeño, otros niños esperan. Me estoy demorando mucho y es
hora de remontar el vuelo. Ven aquí, te llevaré de la mano.
-
Pero Papá Noel... no sé... quiero mis regalos pero... no sé si mi
mamá estará de acuer
La
mañana del 25 de diciembre, toda la ciudad amaneció alarmada con la
noticia de la desaparición de un niño. El pequeño se encontraba en
casa la noche anterior cuando su madre atendía a unos conocidos en
una de las habitaciones alrededor de las once. La visita duró entre
quince y veinte minutos y la puerta se había quedado con la
seguridad echada, según las declaraciones de la madre. El nombre y
el retrato del pequeño corren como la pólvora en postes de luz,
marquesinas, comercios, prensa, televisión y redes sociales.
Tras
largas horas de espera, por fin sonó el teléfono. Una voz metálica
exigía, al otro lado de la línea, la cantidad de tres millones de
euros a cambio de devolver al niño sano y salvo, o literalmente y
así lo dijo la voz y lo oyó la madre, vivito y coleando. Se le
otorgaba un plazo de dos días para ingresar el dinero. El niño se
estaba poniendo insoportable y si el plazo inicial era de siete días,
pensándolo mejor lo reducían a tan solo dos.
El
24 de diciembre, alrededor de las once y diez de la noche, una niña
volvía a casa de la mano de su madre cuando alzó la mirada al cielo
y, con ojos como platos, señaló hacia arriba y dijo:
-Mira
mamá, Papá Noel va volando por el cielo y tiene un hijo pequeño.
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